Desde su llegada al Ayuntamiento de Madrid, el equipo de Manuela Carmena comenzó una cruzada para peatonalizar calles y plazas, con la idea de “quitar sitio a los coches para devolvérselo a los ciudadanos”. El eslogan, como muchos de los que utilizan los populistas es redondo y suena bien. Enfrenta a máquinas con personas y quién se puede resistir a tomar partido por las segundas frente a las primeras.

El problema es que en el interior de los coches también van ciudadanos y que cuando se planifica la ciudad es conveniente contar con estudios previos, rigurosos y bien hechos, para calibrar las consecuencias de las actuaciones urbanísticas antes de ponerlas en marcha. Y en esto parece que el Ayuntamiento de Madrid no está por la labor. Sí han gastado dinero en estudios a posteriori, alguno tan estupefaciente como el dedicado a estudiar el “impacto de género” en el soterramiento de la M-30.

Pero en las actuaciones urbanísticas para peatonalizar, o los estudios previos no se han hecho o se han hecho mal. Hay que recordar que desde que Manuela Carmena es la alcaldesa de la capital de España, se han peatonalizado los barrios de Las Letras y Embajadores, la calle de Atocha, Carretas, Montera, Galileo… Y muchas otras están en lista de espera, como la Gran Vía. El Ayuntamiento también ha llevado a cabo muchas obras para ensanchar aceras y hacer carriles bici que han reducido los carriles de varias calles principales, arterias por las que se producen importantes desplazamientos en el interior de la ciudad, como la calle Santa Engracia, los bulevares o el Paseo de la Castellana.

Todas estas acciones urbanísticas han sido polémicas. Ya hablamos por ejemplo en esta página de lo ocurrido en la calle Galileo, que primero se hizo peatonal y luego se devolvió al tráfico a medias tras las protestas de los vecinos, en una solución salomónica que no contentó a nadie y que al dejar media calle ocupada por macetas y mobiliario urbano genera constantes situaciones de peligro y varios accidentes.

Aunque no se hiciesen estos estudios previos para evaluar las consecuencias y aunque desde el Ayuntamiento se haya actuado con el método de prueba y error tomando a los ciudadanos por ratones de laboratorio, al final las consecuencias se van conociendo. Algún indicio se podía intuir con lo que ha ido sucediendo en los “días sin coches” que ha celebrado anualmente en el Ayuntamiento como colofón de las “semanas de la movilidad”. En ellos se iban cerrando al tráfico diversas calles de forma escalonada, para celebrar en ellas distintas actividades.

Y todo ha acabado siempre como el rosario de la Aurora. Los datos de la última edición reflejan decenas de puntos de congestión, un aumento de la intensidad del tráfico del 90% en algunas zonas y miles de ciudadanos atrapados en las entradas a la ciudad. Es decir que acabamos celebrando los “días sin coches” con los mayores atascos que se recuerdan. Ciertamente paradójico.

Y lo mismo, o muy parecido, están indicando ya los datos que pasa en Madrid en el conjunto del año, tras todas estas actuaciones urbanísticas para quitar espacio a los coches, de forma improvisada, sin estudios previos y sin aportar soluciones alternativas de movilidad. Los madrileños pueden estar orgullosos y sus gestores municipales satisfechos porque Madrid lidera la lista de ciudades españolas con más atascos, y sus niveles de tráfico van a peor.

El año pasado, los madrileños perdieron de media 42 horas al año por los colapsos de circulación: dos horas más que el año anterior. La capital repunta así en la lista mundial de las ciudades más colapsadas, pasando de la posición 44 a la 41, según la consultora Inrix, medidor líder del sector. De esta manera, Madrid supera ampliamente a otras urbes, como Barcelona, Sevilla y Valencia, con menos de 29 horas perdidas al año. La M-30, M-40 y la A-2 son los puntos más problemáticos de la ciudad.

Los datos publicados en el último informe Inrix Global Traffic Scorecar, afianzan a Madrid como la capital española del tráfico, y una de las urbes de Europa en las que más repuntan los atascos. Según el medidor internacional, uno de los más importantes del sector, Madrid se encuentra en la posición número 41 de 700 ciudades del continente. Esto significa que los madrileños sufren menos atascos que los de Moscú (con 91 horas perdidas al año), Londres (74), París (69), pero más que los de Viena (40), Roma (39) o Bruselas (39).

La tendencia, por otro lado, va al alza. Si bien comparar los datos resulta complejo, puesto que hace dos años Inrix modificó su sistema de cálculo e incluyó a más municipios cercanos a la capital, el dato global señala que entre 2014 y 2017 los atascos se duplicaron en la capital: de 22 a 42 horas perdidas. Otro medidor internacional, TomTom Traffic Index, calcula que los madrileños pierden 27 minutos de media al día por el tráfico y que desde 2010 los problemas han crecido en casi un 10%.

Así que lamentablemente, los resultados de una política errática y muchas veces guiada más por ideologías que por criterios técnicos están a la vista. Los atascos en Madrid no paran de aumentar, con la consiguiente pérdida de horas, consumo de combustible y crecimiento de las emisiones contaminantes, mientras la ciudad se va convirtiendo en una ratonera para sus vecinos. Y lo peor es que todo esto no parece llevar a reflexión a los gestores municipales, sostenella y no enmendalla que decía Don Quijote. Carmena quiere seguir adelante con estas improvisaciones a las que llama planes y así todo hace pensar que las cosas irán a peor. Nada nos gustaría más que equivocarnos.

Diego Jalón